La
civilización moderna no sabe estar callada.Vive en permanente monólogo.
Nuetro mundo
ha dejado de escuchar a Dios porque no
deja de hablar a un ritmo y una velocidad letales para no decir nada.
Entonces la
palabra de Dios se desvanece inaccesible e inaudible.
La
posmodernidad representa una ofensa y una agresión permanentes contra el
silencio divino.
El ruido es
un ansiolítico engañoso, falso y adictivo.
Nuestra
época abomina de aquello a lo que nos conduce el silencio: encontrar a Dios,
maravillarse y arrodillarse ante Él.
Estas frases
del Cardenal Sarah en La fuerza del silencio, me han hecho pensar.
Cada día
conviene hacer algunos momentos de soledad y silencio para no caer en la
despersonalización.
Y
encontramos el silencio en la naturaleza, mensajera de Dios.
El verano
podría ayudarnos a lograrlo.
Pero hay que
querer.
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