Ernestina de Champourcin escribió versos hasta el día antes de morir.
Vivió la dura experiencia del exilio, y volvió de su México amado ya viuda, pero
aún joven de alma.
Mirando hacia atrás, recordaba aquella marcha de España con
su marido, Juan José Domenchina, que había sido, siquiera de nombre, secretario
de Azaña.
Provisional, decíamos/Cosa
de poco tiempo/Y no vale la pena vaciar las maletas.(…)
¿Quién fue, quien fue,
Dios mío/Lo que nos trajo aquí/En fascinada espera?
En México encontró la paz para su alma inquieta, y el perfume
de su recuerdo la acompañó siempre. Su encanto la cautivó.
¿Fue Dios, fueron los
dioses/ con sonrisa de jade/ y melena de víbora,?/
¿O fue el
huele-de-noche/ fragante y taciturno?
Es tan fácil atar el
corazón con flores, / Basta un collar de hibiscos/ en torno a una garganta/ y
entre los pies el cepo/ de alguna buganvilla…
No hay comentarios:
Publicar un comentario