“Cartas del diablo a su sobrino”, de
C.S.Lewis, es una obra epistolar
divertida y profunda aunque de perspectiva disparatada. Parte de la intuición
de que los hombres tenemos, además de un Ángel que nos guarda, un demonio que
intenta perdernos. En el caso que nos ocupa, leemos las cartas que un demonio
viejo y malo escribe a su sobrino novato en el arte de tentar a un hombre, en
este caso un inglés joven recién converso al cristianismo.
Lewis nos pinta un mundo al revés,
en el que lo malo es bueno y lo bueno malo, Dios es el Enemigo y Satanás es
Nuestro Padre de las Profundidades. Los consejos del Diablo distan de ser
burdos, sino sutiles, pues no se trata de conquistar almas ya enfangadas en el
mal, sino cristianos que rezan y están decididos al bien. La tarea del
demonio pasa por evitar el diálogo
abierto, fomentar la confusión, la autocompasión y el sentimentalismo. Es preciso
impedir a toda costa que el joven
“paciente” se relacione con cristianos experimentados, alejarle de los placeres
sencillos que hagan fácil acordarse de Dios, y confundirle con razonamientos
absurdos y viciados en su lógica.
La obra, impregnada de un sutil
humor, requiere para su disfrute un mínimo de connaturalidad y una aceptación
implícita de los presupuestos del autor: Dios existe y actúa, y el demonio
también. Sin eso, se trataría tan sólo de un ingenioso juego mental.
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