lunes, 16 de junio de 2014

LO QUE QUEDA DEL DÍA ISHIGURO


 

 

“Mucha gente prefiere la noche al día. Siendo así, quizá deba seguir el consejo de no pensar tanto en el pasado, y de mostrarme más optimista y aprovechar al máximo lo que me reste del día.”

Quien así habla es el mayordomo Stevens, un hombre ya maduro, en la etapa del balance acerca del éxito o el fracaso de su absoluta entrega a su trabajo. Stevens se conformará con haberlo intentado, sea cual sea el resultado. Una pregunta queda en el aire: ¿basta con la buena intención para justificar una vida? Y ¿quién juzga lo que es suficiente?

Stevens vive la vida de modo vicario: él sirve a su señor y su señor sirve a la política y al país. El problema surge cuando la equivocación del amo arrastra consigo al criado. La sensación de fracaso es percibida muy pronto por el lector. El punto de vista tan personal del protagonista nos permite muy pronto conocer sus limitaciones y saber que sacrificó su vida a un empeño equivocado. ¿O quizás no? Su intención fue buena, su sacrificio excesivo, su error manifiesto… ¿No es este un problema común entre los seres humanos? ¿Qué es mejor, reconocer el fracaso, o intentar no pensar más en ello? Unas sutiles preguntas surgen cuando cerramos el libro.

 

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