viernes, 20 de junio de 2014

TOLKIEN Y JACKSON

“El señor de los Anillos” de Tolkien esconde, bajo su apariencia de obra juvenil, el trabajo de toda una vida de un profesor de Oxford, de inteligencia, cultura y erudición no comunes. Se trata de una obra elegante, digna, y a menudo severa y trágica, que nada  tiene que ver con una ciencia ficción  absurda y truculenta a la que nos ha acostumbrado algún cine.
  “El Señor de los Anillos”,  no es una obra infantil, ni es adulatoria para jóvenes y mujeres, ni tiene sexo ni éxitos mágicos; predomina en ella la paleta gris y la seriedad trágica, mezclada con la sencillez de la vida de los Hobbits y la maravillosa belleza eterna de los Elfos.
 
El éxito de Peter Jackson radica, a juicio de la mayoría, en  su fidelidad al texto original, unido a una excelente localización, interpretación, música y efectos especiales, que sin embargo no dan a la película sensación de artificialidad. Han sido recreados los ambientes pacíficos y sencillos de La Comarca, los mágicos de Rivendale y Lòrien, los horribles e inhumanos de las torres de Mordor, los impresionantes subterráneos de las Minas de Moria, la terrible batalla del Abismo de Helm, y especialmente, la escena inicial, la batalla entre las fuerzas bestiales de Sauron contra la alianza de hombres y Elfos, donde conocemos el origen del Anillo y su terrible poder. Todo este mundo épico nos introduce por contraste en el pequeño universo de unos seres modestos, pequeños, sometidos a un esfuerzo ímprobo, no por afán de aventuras, sino por una imperiosa necesidad, por una amenaza inminente que obliga a sacar de sí las mejores fuerzas, mostrando cómo la fortaleza se basa en la vulnerabilidad.

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